Buenas digestiones: Las hojas de laurel, además de dar un sabor inconfundible a los escabeches y los guisos, ayudan a digerir platos pesados como los estofados de carne. Las expertas abuelas recomendaban tomar infusiones de laurel después de comer para evitar la hinchazón, las flatulencias y los demás síntomas de la mala digestión. La infusión de laurel se prepara echando, fuera del fuego, cuatro hojas de laurel en medio litro de agua caliente. Se filtra al cabo de diez minutos y se bebe en dos tomas, una después de comer y otra después de cenar. Si no te gusta su sabor -resulta algo fuerte y áspero- puedes añadir a estas infusiones una o dos cucharadas de miel. Esta infusión de laurel, además, sirve para facilitar la absorción de los alimentos y aumentar las ganas de comer, por lo que resulta ideal en casos de anemia y convalecencia.

Dolores musculares: Un remedio muy antiguo y eficaz para aliviar el dolor en las articulaciones y los músculos es realizar masajes diarios en las zonas afectadas con una infusión concentrada de hojas de laurel, además, sirve para tonificar la piel y resulta muy relajante.

Insomnio: Antiguamente, eran muy populares las almohadas herbales, unas almohadas rellenas de hojas y flores que servían para aliviar los más diversos males. Las más populares eran las de laurel, ya que el aroma de esa planta facilita el sueño. Basta con poner unas hojas de laurel bajo la almohada para dormir como un angelito.