CON LA PIEL… DEL HUEVO DURO– Desde tiempos inmemorables, nuestras abuelas habían curado los forúnculos con algo con lo que parece increíble: la finísima piel que hay entre la cáscara del huevo y la clara. Mi abuela ponía a cocer un huevo y, aún caliente, lo pelaba y con cuidado separaba esta piel o membrana que colocaba enseguida sobre el forúnculo para que no se enfriara demasiado.
ALGODONES CALIENTES– Tradicionalmente se ha confiado mucho en este remedio para acabar con los diviesos, pero hay otras maneras que aprovechan mucho más el calor. Es el caso de las infusiones de cola de caballo. Conviene hacer una infusión bien concentrada con dos cucharadas de esta hierba y, una vez filtrada y sin que pierda calor, se empapa muy bien un algodón que luego se pasa por el forúnculo varias veces.
TRIGO MASTICADO– En varios lugares de España, desde antaño, tienen una forma muy original de curar los diviesos: mastican un poco de trigo, lo colocan sobre el forúnculo y lo cubren con una gasa.